La frase Alianza Cox-Finsolar: nada seguro aún describe con precisión el vaivén de versiones que siguió al anuncio de que ambas empresas destinarían 250 millones de dólares para desarrollar hasta 450 MW en proyectos solares y de almacenamiento en el país. Sobre el papel, se trataba de una jugada ambiciosa: una climate tech mexicana que escala su modelo hacia soluciones “360” y un gigante energético que busca consolidar su huella en el mercado industrial mexicano. Sin embargo, lo que nació como anuncio de gran alianza terminó rápidamente en terreno pantanoso, entre aclaraciones y deslindes públicos.
Lo que detonó la polémica fue la diferencia entre lo que Finsolar comunicó como una alianza ya encaminada y lo que Cox puso sobre la mesa después: que no había contratos firmados, ni un acuerdo en firme que soportara la narrativa de joint venture que algunos titulares sugirieron. La distancia entre ambas versiones no es un simple matiz semántico; abre una brecha de credibilidad en un sector donde cada megawatt anunciado pesa en la reputación frente a clientes, bancos y reguladores.
Qué hay detrás del anuncio de 250 mdd
El corazón del anuncio giraba en torno a un paquete de proyectos que, según la información difundida, se ubicarían en regiones donde la red eléctrica opera bajo fuerte estrés: sur-sureste, Bajío, occidente y corredores industriales del norte. La promesa era llevar soluciones integrales que combinaran generación fotovoltaica, sistemas BESS de almacenamiento, cogeneración y microredes bajo contratos de largo plazo, con un traje a la medida para empresas que necesitan energía más limpia y predecible.
En esa narrativa, la alianza apuntaba a empresas medianas y grandes que hoy enfrentan apagones, costos crecientes y una regulación cambiante. Para ellas, un socio que no solo instala paneles, sino que diseña, financia y opera la infraestructura, suena a salvavidas estratégico. Pero si la base contractual de ese “rescate” no está clara, el riesgo se traslada directamente al terreno de la confianza, un activo igual de caro que el propio capital.
El modelo Finsolar y la promesa del Solar-as-a-Service
En este tablero, Finsolar aparece como el jugador que mejor ha sabido leer la necesidad de las empresas que quieren energía solar sin inmovilizar presupuesto en CAPEX. Su propuesta gira en torno a proyectos de más de 500 kWp en techos de terceros, donde el usuario paga por la energía generada, reduce su factura eléctrica y sus emisiones, sin convertirse en dueño de los activos. Es un modelo que casi obliga a las empresas a mirar el Excel dos veces antes de decir que no.
Ese enfoque se inserta en la tendencia global del Solar-as-a-Service, donde el cliente corporativo firma contratos de suministro a largo plazo y delega en un tercero la responsabilidad tecnológica, financiera y operativa. En un México donde la gran escala de renovables enfrenta frenos regulatorios y la red muestra sus límites con cada ola de calor, la generación distribuida bien diseñada se convierte en una válvula de escape que aligera la carga del sistema y da margen de maniobra a la industria.
Cox Energy, el peso de Iberdrola y la cautela
Del otro lado del anuncio está Cox Energy, que no llega precisamente como jugador menor: su plan de inversión a 2030, sus activos en renovables y su avance en mercados como el mexicano la colocan como pieza relevante en el reordenamiento energético regional. La adquisición de activos de Iberdrola en México la terminó de posicionar como un actor con apetito por crecer y por ocupar el espacio que las grandes eléctricas tradicionales han ido dejando.
Por eso, la idea de una alianza con Finsolar parecía lógica: un socio con músculo financiero y experiencia en proyectos de gran escala junto a una climate tech con agilidad en generación distribuida. Lo que rompió el encanto fue la respuesta pública de Cox, al marcar que no hay documento vinculante que respalde la narrativa de una inversión cerrada de 250 millones de dólares. Ese frenón obligó a releer el anuncio inicial no como un punto de llegada, sino como una intención adelantada.
Comunicación, gobernanza y una alianza en suspenso
En el fondo, la Alianza Cox-Finsolar: nada seguro aún se ha convertido en un caso test de gobernanza corporativa y manejo de expectativas en el sector energético mexicano. En un entorno altamente regulado, con proyectos intensivos en capital y vigilancia creciente sobre el greenwashing, anunciar más de la cuenta no es solo un desliz de forma: puede encarecer financiamientos, enfriar a potenciales clientes y encender alertas en el ecosistema.
La lección que deja este episodio es incómoda, pero necesaria: la transición energética no se construye solo con buenas intenciones y cifras redondas en dólares; requiere contratos claros, mensajes consistentes y un respeto absoluto por la delgada línea entre “estamos en pláticas” y “tenemos una alianza firmada y financiada”. Mientras esa línea siga borrosa, los proyectos seguirán pareciendo más notas de presentación que compromisos reales sobre el terreno.
Mantente actualizado con las noticias más relevantes del sector energético con Revista Guinda.

